Vivimos la Cuaresma como tiempo de preparación para la Pascua. En el ritmo eclesial y litúrgico, supone una época de especial intensidad de vida para buscar lo mejor, convertir el corazón a la belleza y a la acción de Dios en nosotros. Es una ocasión y oportunidad para el crecimiento y para retomar relaciones más justas, pacíficas y fraternas en todas las dimensiones. Si la vocación cristiana es vivir como hijos de Dios, la cuaresma es esa vuelta a lo pequeño y sencillo, a la confianza y la libertad que nos da saber que Dios es nuestro Padre y nos cuida. En la vida marianista se acentúa el carácter de María, que se pone al servicio de Dios y del prójimo.



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