Presentación del inicio
Comienza un nuevo curso, que será un tiempo prolongado y de especial importancia. Cada curso, aunque como educadores podamos tener la sensación de que se repiten, en el caso de nuestros alumnos es único y significa progreso, reajuste, maduración, desarrollo. Lo cual tiene un valor y significación mayor en los cambios de etapa.
Este acontecimiento queremos aprovecharlo para, cuanto antes, saber situarnos y abrir bien la mente, el corazón y la actitud del alumno hacia sí mismo, los demás y Dios. Por ello, proponemos una jornada con fuerte sabor a encuentro y presentación, a nueva oportunidad para aprovechar posibilidades radicalmente nuevas. Queremos presentar al alumno un panorama esperanzador y dichoso, un camino de felicidad y vivo en el que podrá conocerse y amarse mejor a sí mismo, encontrar en los demás amigos y hermanos con quienes avanzar, y al Señor de la historia que le espera y se entrega en Jesucristo con su Palabra y los Sacramentos. Un horizonte lleno de dones que ansiamos, como educadores y hermanos mayores, que pueda recibir ampliamente.
El inicio es también un principio. Convencidos de que “lo que bien empieza, bien termina” y que es mejor adelantarse y prevenir, queremos sentar bases para que nuestros niños y jóvenes construyan su casa sobre Roca firme, midan bien sus fuerzas antes de emprender su peregrinación y puedan, cuando todo esté cumplido, cantar con júbilo y festejar con enorme alegría este proceso. El carácter de inicio de este encuentro también es apostólico en cierto sentido: anuncia un tesoro que Dios nos regala, pero que no puede entregarnos si no estamos abiertos a recibir.
Os proponemos algunas líneas generales para vivir el inicio del curso desde distintas dimensiones:
Dimensiones
Para poder tener claridad en nuestras acciones educativas y evangelizadoras, debemos tener claros las dimensiones que trabajamos y los objetivos. Esto nos ayuda a preparar con esmero y cuidado las cuestiones esenciales, para que no todo parezca lo mismo, y también nos clarifica en la revisión y en la evaluación, al establecer ciertas metas según el curso en el que estamos y el contexto real en el que nos movemos.

La formativa: Tiene un aspecto formativo en tanto que incide en el conocimiento personal, transmite ciertos valores y sitúa en un horizonte de plenitud que es una Buena Noticia por sí mismo para el alumno. En este sentido, sabemos que estamos acompañando con nuestras invitaciones el trabajo que el alumno hace consigo mismo.

La espiritual: Nos da sentido profundo a la vida y abre cuestiones radicales. En nuestro caso, será siempre desde el Evangelio y la persona de Jesucristo, según el modo en que trató al hombre de su tiempo y su relación filial con Dios Padre. El Espíritu que Dios nos ha dado en el bautismo renueva de este modo en nosotros su acción. Queremos cooperar con Él en esta obra tan maravillosa.

La celebrativa: Creemos firmemente que todo encuentro es motivo de fiesta y de renovación. Celebramos, por eso mismo, que empezamos el curso y nos reconocemos dichosos por ello. No solo en contraste con tantos niños y jóvenes que no tienen ocasión de ir a la escuela y aprender, sino que también en nuestro caso marca y significa un avance. Nos sentimos especialmente alegres por estar en un colegio Marianista y agrademos su entrega generosa.

El encuentro: Propiciamos que la formación y la vida espiritual del alumno no se comprenda como un aislamiento del resto, sino como un tiempo de reflexión en el que también contar y compartir con otros. Por eso es esencial que crezca también la comprensión de los demás que forman parte de su entorno y se profundice en la relación a través de la palabra, de la mirada, del gesto, de la cercanía. Motivamos para que las relaciones sean hondas e intensas, de colaboración y respeto entre los alumnos. Lo cual, ante inevitables conflictos y momentos difíciles, supondrá un soporte vital de radical importancia.

La comunitaria: Además del encuentro puntual, nos comprendemos como miembros y parte de una realidad mayor que nos abraza y a la que pertenecemos. Nuestra clase, curso, etapa, colegio, barrio, ciudad, comunidad, país, Iglesia. Hay distintos grados de pertenencia y de reconocimiento personal en los que deseamos crecer y que nos ayudan a asumir y aceptar las condiciones en las que nacemos como una riqueza que se ha construido históricamente y que recibimos con responsabilidad y talante abierto y en progreso. Somos parte de una realidad vida plagada de personas, testigos y ejemplo. Y somos, a la vez, motivo de ejemplo para los demás.

