Imaginad que es un día muy importante y viene alguien muy famoso. Muchísima gente se amontonaría para verlo, ¿verdad?
En la historia de hoy, esa persona famosa es Jesús, y está llegando a una ciudad llamada Jericó.
Allí vive un hombre llamado Zaqueo. Zaqueo era un jefe de publicanos y se dedicaba a recoger dinero de cada familia para dárselo al gobierno de Roma. Ahora sería algo parecido a lo que hacen vuestros padres cuando pagan los impuestos al gobierno. A la gente no le gustaban los publicanos porque a nadie nos gusta dar nuestro dinero. Zaqueo se sentía solo y no tenía amigos.
Jesús llega a Jericó y todo el mundo quiere verle. Zaqueo también, pero tenía un problema: era muy bajito y con tanta gente, no podía ver nada. ¿Qué hizo? Pues corrió y se subió a un árbol.
Dio la casualidad de que Jesús estaba pasando por allí en ese momento, y justo levantó la mirada y, de entre toda la gente, ¡vio a Jesús! Y le dijo algo muy especial: «Zaqueo, date prisa y baja, porque hoy me quedaré en tu casa.»
A Jesús no le importó lo que la gente pensara de Zaqueo. A Jesús solo le importa que Zaqueo quería verlo. Porque Jesús quiere entrar en la casa y en el corazón de todos y cada uno de nosotros, ¡incluso en el de aquellos que se sienten solos o que han hecho cosas mal!
Leemos el Evangelio.
Zaqueo se subió al árbol por curiosidad y por las ganas de ver a Jesús, sin importarle que lo vieran hacer el «ridículo».
¿Qué «árbol» puedes «subir» tú hoy para acercarte un poquito más a Jesús?
Por ejemplo:
Hacer un favor en casa sin que me lo pidan. (Jesús vino a servir a los demás).
Dar un abrazo o una sonrisa a alguien que esté triste. (Llevo el cariño de Jesús a esa persona).
Ser amable con ese compañero que no me cae muy bien. (Jesús nos pide que amemos a todos).
Este pasaje que acabamos de leer resalta la mirada de amor incondicional de Dios. No debemos juzgar a los demás, al igual que no lo hizo Jesús; se trata que estemos presentes y acojamos, invitando a Jesús a estar en nuestro corazón sin condiciones.

